Reflexión

Cuando triunfó el nuevo material de escritura [el pergamino], los libros se transformaron en cuerpos habitados por palabras, pensamientos tatuados en la piel. (El infinito en un junco. Irene Vallejo).

jueves, 29 de marzo de 2012

Urtain. Vuelta al Caserío



Lo recuerdo perfectamente, era el año 1954, la locomotora del tren correo resoplaba cansina a unos kilómetros de Tudela. Allí descansaba treinta minutos, mientras que un descomunal grifo la proveía del agua necesaria para continuar camino.
Como cada año, nos dirigíamos toda la familia a Zumaya. A mamá le venía bien el agua de la playa de Itzurun –Tiene mucho yodo, decía siempre papá.
Mamá y la abuela se quedaron en el departamento, papá y la chiquillería, bajamos a “estirar las piernas.”

Parece que estoy viéndolo: de pie en el andén, pelo corto, cejas pobladas y fuerte, muy fuerte. A su lado una maleta; la ropa con restos de barro mal limpiado y un lijero roto en la chaqueta.

La locomotora, repuesta ya, avanzaba hacia Zumárraga.

-  Billetes ¡Por favor! Se oía la voz del revisor.

La puerta del departamento se abrió enmarcando la silueta del fuerte. El muchacho del andén.

-  ¡No tengo billete! –exclamó- ¿Me pueden ayudar?

Yo conocía bien ese acento, no en vano pasábamos temporadas en Zumaya, en casa de la abuela, frente a la fuente de San Juan.

-  Que te ocurre –dijo papá.
-  Voy a casa, al caserío, con mis padres, sólo tengo tres pesetas.
-  Cómo te llamas. De dónde vienes.
-  José Manuel. Vengo de los Jesuitas, del colegio. Me he escapado.

Papá comprendió enseguida que tenía enfrente una víctima, no un delincuente.

-  Pasa, no temas, pero cuéntanos la verdad, sólo así podremos ayudarte.
-  Estaba de “pildu” [criado que paga con trabajo su estancia y enseñanza], eso no es para mí, no es por el trabajo, el año pasado, con diez años ayudaba a mi padre como cualquier hombre, pero libre, en el campo.
-  Pero…  te estarán buscando, llamarán a la policía, a tus padres….
-  Si llego pronto a casa mi padre lo arreglará. Sólo he roto alguna teja de la lavandería, era de noche. Lo que más me ha costado ha sido saltar el muro con la maleta, no podía tirarla, me la até al cuerpo con el cinto y a pulso subí hasta arriba.

-  Billetes ¡Por favor!

-  Aquí tiene, el chico es mi sobrino, lo he recogido en Tudela, sin tiempo para los billetes. Se lo pagaré con recargo.

El revisor, veterano ya de muchos viajes, miro a José Manuel Ibar Azpiazu, que no era otro el muchacho y se hizo cargo de la situación.

-  No es necesario, le cobraré billete infantil, tengo que cumplir. La diferencia de propina para el chaval. ¡Buen viaje!
-  Muchas gracias, muy amable.

José Manuel comió con nosotros. Papá desde el restaurante, hizo varias llamadas –conoce a mucha gente. Luego continuamos viaje. 
No he vuelto a saber nada de él; ahora debe tener…25 años.

Recreación con cierta verosimilitud de lo que pudo ser la huida de José Manuel Ibar del colegio de Jesuitas de Tudela.


11 comentarios:

Merche Pallarés dijo...

Muy buena recreación y bien que pudo ser, sí señor. Besotes, M.

Myriam dijo...

Lo mismo que Merche te digo.

Besos

pancho dijo...

Salir a estudiar interno en un colegio de curas era la manera más común de formarse en los cincuenta. Sobre todo para los que no estaban sobrados de recursos. Algunos tenían el espíritu rebelde de Jose Manuel y se escapaban. No sabemos el recibimiento por parte de su familia.

Un abrazo

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Paco: es una entrada tan buena que te la envidio. Me hubiera gustado escribirla a mí.

Abejita de la Vega dijo...

No me extraña que se escapara, estar de "pildu" era una experiencia humillante, de cara a los alumnos de pago. Conozco a quien ha estado en una situación parecida, las monjas también tenían alumnas así, lo recuerdan con amargura.

Es tan realsta tu recreación que has tenido en cuenta los enlaces ferroviarios de entonces. Efectivamente, para ir a Zumaya había que ir en un tren de vía ancha a Zumárraga, bajar allí y coger el de vía estrecha, el que iba a la costa, lo llamaban el Urola. Viví muy cerca de Zumárraga durante doce años...
Disfruto con tu recreación, siento el vapor y el hollín de las locomotoras.

Besos, Paco.

Unknown dijo...

Me pasa como a Pedro.
Ademas me quito el sombrero amigo.
Un abrazo

Asun dijo...

Imagino que no tuvo que ser fácil para un niño de 11 años que lo llevaran interno a un colegio cuando en el caserío andaría a su aire por los montes, lejos de la familia, supongo que con dificultades con el castellano, y además de "pildu". No me extraña que se escapara.

Besos

Marina dijo...

En este domingo en el que mi pequeña ciudad se llena de ramitos de olivo, yo te mando uno bien grande lleno de besos. Reparte con tu chica.

Gelu dijo...

Buenos días, Paco Cuesta:
Entrada con detalle.

Con diez hijos, se entiende que los padres de José Manuel aceptaran -casi como un premio- que lo llevasen los jesuitas a su Colegio de Tudela, donde le darían una educación y estudios. También se comprende que Urtain, niño con once años, libre como un pájaro se volviese a casa.

Las monjas también tenían alumnas “de pobres”.

¡Pobres niños! los que estuviesen a disgusto. Y más aún, pobres de los que estándolo pesase más en la balanza el miedo a los padres, si se volvían a casa
¿Qué recibimiento tendría el niño José Manuel?.

Saludos.

Merche Pallarés dijo...

GELU, viendo lo bárbaro que era su padre, seguro que no muy bien... En esos años muchos vascos de caserío iban a estudiar en los monasterios y los que no sabían castellano lo pasaban MUY mal. Una de mis mejores amigas en Ibiza que era de Leiza me contaba que cuando fue al colegio de monjas le pegaban para que hablase castellano. Te puedes imaginar la tírria al idioma que cogió... ¡Qué bestias eran tanto padres como educadores en aquellos años!

matrioska_verde dijo...

Muy bien, Paco, totalmente adaptado y creíble.

biquiños,