Reflexión

Cuando triunfó el nuevo material de escritura [el pergamino], los libros se transformaron en cuerpos habitados por palabras, pensamientos tatuados en la piel. (El infinito en un junco. Irene Vallejo).

jueves, 22 de febrero de 2018

LAS REINAS TAMBIÉN LLORAN.


Tríptico de Stoneleigh, Retrato de Carlos V niño y de sus hermanas Eleonora e Isabel.  (Kunsthistorisches Museum Viena).


La rojiza torre del homenaje envuelta en niebla fría como la indiferencia y densa como el dolor, contempla la comitiva de carros, palafrenes, literas y soldados que en noviembre de 1503 salva la escasa media legua que separaban a madre e hija. El rostro de Isabel reina de una corte claramente nómada, refleja, a tono con la niebla, preocupación; no tanto por los asuntos de estado –que en eso ha habido poca discrepancia– como por las infidelidades de Fernando y su consecuencia los celos. También por la necesidad de un heredero que mantenga atado lo que ellos intentan unir. Ambos están empeñados en la unidad de España y tampoco por ese lado la fortuna sonríe a Isabel.

Primero muere su hijo don Juan a los 19 años seis meses después de su boda sin dejar descendencia, Margarita, su mujer dio a luz una niña que no sobrevivió al parto. Isabel, la primogénita de los Católicos Reyes, murió al nacer su primer hijo el príncipe don Miguel (jurado heredero por las Cortes) que falleció sin cumplir los dos años de edad. La reina recuerda y llora. La sucesión queda en manos de la princesa Juana desposada con Felipe el Hermoso. El riesgo es grande, no solo por la inestabilidad emocional de su tercera hija, sino también por las diferencias políticas de yerno y suegros. Su congoja está justificada: debe pedir a su hija que cuando ella muera deje el reino en manos de Fernando, su padre, en lugar de su marido.


Juana, la reina que no reinó, lloró ya condesa de Flandes la separación de su madre y ahora, prisionera en la Mota, llora en el reencuentro. Tiene que manifestarse en favor de su marido, desafiar a su madre y soportar los desaires de Felipe el Hermoso. España salvó las lágrimas gracias a un hombre extraordinario criticado por su ascetismo franciscano en el mundo cortesano de fin del XV y principio del XVI y utilizado por la España nacionalcatólica del XX como símbolo de la unidad: Francisco Jiménez de Cisneros.


4 comentarios:

Myriam dijo...

¡Contigo revivo la magnífica serie de TVe ESpañola: ISABEL!
Podría hablarte un montón, pero la hago corta: Soberbios los personajes, el relato histórico, la fotografía, la puesta en escena, la ambientación, la dirección. Todo.

Con respecto a la relación de Felipe el Hermoso y Juana.
Me gusta mucho como se muestra en su personaje la psicopatía de Felipe y su ambición desmedida. La pobre Juana histórica estuvo, tironeada por la lealtad a sus padres y la lealtad a su esposo, algo nada, nada fácil. Muchas veces me he preguntado si era tan loca como la han querido mostrar. Yo tengo mis dudas. En todo caso, fue víctima de las circunstancias.

Besos

Paco Cuesta dijo...

Es un tema apasionante que merece ser profundizado.
Gracias Myr

Abejita de la Vega dijo...

Mujer afortunada, todos sus hijos fueron reyes. ¡Pobre Juana! Su padre, su marido, su hijo y casi casi su nieto...a todos convino que estuviera loca.

La cautiva de Tordesillas, una excelente biografía de Fernández Álvarez, un hombre que hizo casa habitación del archivo de Simancas. Un catedrático emérito de Salamanca que nos hizo vivir con los Austrias.


Besos, Paco, tranqui.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Una de las cosas que más llama la atención de Juana es que manifiesta sentimientos humanos, quizá por eso no le dejaron gobernar. Quizá.